Los días se habían convertido en monótonos y soporíferos, no había otra descripción para la forma en que se sentía, era como si el tiempo se hubiera regresado lo suficiente como para situarlo en su vida al regreso de Afganistan. Londres se veía en diferentes tonos de gris, la vida en si había perdido su brillo y seguía adelante solo porque era demasiado cobarde para acabar con su sufrimiento, siempre había tenido el valor necesario para halar de un gatillo frente a quien sea que se pusiera enfrente a él, pero ahora cuando más necesitaba hacerlo no encontraba las fuerzas necesarias.

Su maldita cojera estaba de vuelta y si era posible peor que antes, ahora mismo no toleraba estar de pié, tal como lo había hecho notar Sher..., tal como lo había hecho notar él en su primer encuentro, buscaría donde sentarse si es que esta no era psicosomática, pero como si su mente tratara de traicionar la realidad ya casi no resistía más diez o quince minutos en pié, siempre apegado a un bastón que le habían obsequiado. Éste le quedaba demasiado alto para sus piernas más bien cortas y resultaba sumamente incómodo, pero su vida era eso, una completa incomodidad, incluso ni siquiera se permitía pensar en el nombre de su ex-compañero de piso porque le dolía. No se trataba del dolor que había sentido al perder a sus compañeros en Afganistan, suceso que se repetía en sus subconsciente noche tras noche, era algo más profundo, como si además de Sherlock él se hubiera lanzado de la azotea del hospital, perdiendo no su vida pero si sus ganas de vivir.

Sin embargo había seguido su rutina, levantándose temprano, tomando un té y una manzana verde antes de partir a la consulta, dónde se encargaba de pasar a sus pacientes sin el más mínimo interés, poniendo su mejor cara, a pesar de las negras ojeras que se tendían debajo de sus ojos ocupando parte de sus mejillas, el cinturón tenía un par de agujeros más que había asumido se debía a algún tipo de estiramiento o dilatación del cuero del que estaba compuesto. La leve arruga de su frente se había hecho profunda dándole un aspecto áspero, hosco y de pocos amigos que distaba bastante del antiguo John y sus usuales maneras.

Alejarse de las personas relacionadas con él, había sido un paso sugerido por Ella la terapeuta a la que había dejado de asistir porque recordaba claramente las palabras de Myc... del hermano de él, sobre la inutilidad de ella, y porque tampoco veía mejora alguna en eso de remover cada uno de sus recuerdos, sabiendo que en su cama bajo la almohada esperaban las pesadillas, que revivían claramente la caída de ese hombre que había absorbido cada momento de su vida, que se había convertido en uno con él mismo.

Mary Morstan la mujer con la que había accedido a compartir piso, en su búsqueda desesperada por otro sitio en el que vivir, había pasado a ser su secretaria cuando la anterior había renunciado sin dar un motivo real, y no demasiado tiempo después, ella se había convertido en su "novia", "pareja" o como fuera que ella les definiera. John no ponía demasiado interés en la relación, era un hombre complaciente por naturaleza, así que se limitaba a aceptar sin rechistar los cambios que ella propusiera; a pesar que detestaba el color turquesa oscuro de las cortinas, el color crema de los sofás, su constante manía de sentarse a su lado en las noches, sus banales conversaciones para llenar el silencio cuando éste la mitad de las veces no necesitaba ser ocupado por nada. Había accedido a colgar el placar de la cocina a una altura en la que le resultaba sumamente incómodo disponerse a cocinar, incluso hacerse un sandwich, pero a ella le quedaba bien y él no encontraba los ánimos para oponerse. Odiaba el prominente bigote que estaba usando pero ella no había dado señales de estar desconforme con él y no pensaba quitárselo aunque a menudo resultaba molesto, sobretodo a la hora de comer o sonarse la nariz. He incluso no creía que fuera una buena idea contraer matrimonio con ella ni con nadie, pero varios de los fragmentos de los monólogos llena silencios que había escuchado de su parte alababan las ventajas y los beneficios de los matrimonios, era más que una sugerencia casi una proposición, y ¿por qué no complacerle? Luego de él, ya nada tenía mucho sentido y ella había estado a su lado, desde el instante en que decidieron compartir piso, puso su grano de arena para levantar su voluntad y él debía aunque le costara aceptarlo devolverle todo lo que había hecho por él, ella era su amiga y aunque sabía que ella sentía más que eso, no quería lastimarla y tampoco era como si le sobraran las opciones a sus cuarenta y un años.

Él móvil le sacó de su sopor, no sabía cuanto hacía que estaba sonando, últimamente se sumía en sus pensamientos sin tener noción del tiempo y mucho menos del espacio, acarreándole quejas de sus pacientes que parecían creer que no les estaba prestando atención, como si tuvieran algo de interés que aportar; se percató que nuevamente se había dejado ir por los senderos de sus pensamientos y atendió al número desconocido que aparecía en pantalla -Hola -dijo frunciendo su ceño antes de agregar- habla John Watson, ¿quien del otro lado?

Aunque el número no era conocido, atendió tan cordialmente como le fue posible, tal vez sería un paciente así que sin dilación contestó y aguardó unos minutos esperando escuchar la voz al otro lado, por lo poco que podía deducir, no se trataba de una urgencia sino ya hubieran mencionado que sucedía, tenía en su memoria varios casos de ese tipo. Llamaban por una emergencia y atropelladamente le comunicaban de que se trataba el problema, tratando más de pedir auxilio que de detallar la situación, haciendo que le fuera imposible brindar ayuda. Aunque la consulta era tan monótona como el resto de su vida, nada realmente interesante sucedía en ella. Usualmente pasaba los días entre infecciones vaginales, análisis de próstata, gripes y problemas estomacales, sucedía en promedio, alrededor de una vez a la semana un caso que despertara un mínimo de interés en él, como un accidente, aunque no remitiera demasiada complejidad ni gravedad, se salía de la rutina y le dejaba un sabor amargo en la boca y el deseo de que Sherlock estuviera allí, él sabía como poner esa cuota justa de peligro para que su vida tuviera chispa, esa que tanto había buscado, que le había empujado a en listarse como soldado y que posteriormente había hecho que le siguiera sin siquiera saber quien era Sherlock Holmes.

La voz al otro lado le sacó de sus pensamientos y le dejó en shock. Esa... esa voz... Dios, esa voz. Sus ojos se ampliaron y se quedó mudo, el mundo se detuvo, su corazón se detuvo, su respiración se detuvo y contrario al estado de shock en que se encontraba sus ojos se llenaron de lágrimas, lágrimas que deseaba derramar y no pudo, no podía porque no sabía ni dónde estaba, ni que sucedía, ni siquiera lo que sentía.

-She... Sherlock -su voz sonó rasposa, y a la vez demasiado aguda, pero llevaba años, exactamente dos años sin pronunciar su nombre, sin escuchar esa voz, esa que tanto le hacía falta, y ahora, ahora estaba al otro lado del celular, podría ser producto de su imaginación, podía no ser del todo cierto, pero de todas formas quería sumirse en esa fantasía, temiendo dejar de oírle se encontró preguntando con prisa -¿Dónde estas? Sherlock, por Dios, ¿dime que estas vivo? -necesitaba escuchar su voz diciéndole que estaba bien. Aunque sabía que todo era una mentira, todo producto de su imaginación.

Tanteó la mano que sostenía temblorosamente el móvil en su oído y se pellizcó con fuerza, el dolor era real, tomó el bastón y tras varios intentos se puso de pié, la pierna dolía tan jodidamente como antes. -Nooo, nooo -susurró mientras la verdad le golpeaba con demasiada fuerza. -No, no puede ser real, no es real, esto no es cierto! NO! -dijo al móvil cortando la llamada mientras buscaba una salida, se estaba volviendo loco, completamente loco. La única vía de escape que veía era su arma, desde hacía demasiado que le miraba con otros ojos.

Seguía repitiéndose una y otra vez "No, no, no, no y no" se había puesto de pié aunque sentía débiles sus rodillas y trataba de concentrarse en algo, lo que fuera que le dijera que aún estaba cuerdo, que no había perdido la razón tras ese contacto telefónico. Conocía, de su propia experiencia como médico que estaba en el borde justo de un ataque de pánico, nunca había estado en uno antes, pero sabía los síntomas -No pienses en eso John, no pienses! -se murmuró en voz alta -Sherlock -salió apenas en un hilo de voz -Jesucristo, Sherlock -su respiración se agito más aún y mientras se agarraba de los muebles se dirigió hacia la pequeña cocina en busca de una bolsa, estaba hiperventilando.

-No es real, no es real -se repitió varias veces mientras una mano sostenía la bolsa y a otra dejaba ver los nudillos blancos entorno a la mesada de la cocina. Buscó el celular, el número era desconocido, podía dar en la tecla que decía "Llamar" y confirmar que todo era una ilusión, que estaba imaginando cosas, que no estaba sucediendo, pero no podía, simplemente no podía hacerlo. Dejó el móvil sobre la mesa, mientras el golpe en la puerta hizo que volteara con tal rapidez, que los músculos de su cuello se resintieron en el proceso. Dirigió la bolsa cerca nuevamente al sitio que correspondía y respiró una vez, dos veces, tres... obligándose a volver a su yo normal, el que era dolorosamente consciente de que Sherlock Holmes, estaba muerto... muerto, dónde los muertos no llamaban por teléfono y dónde, aún más importante que todo, no golpeaban la puerta. Quien se encontraba al otro lado, solo podía ser Mary, no su ex-compañero de piso, debía ser su pareja que seguro había olvidado la llave, sacudió la cabeza y tratando de tapar la evidencia de su descontrol, lanzo la bolsa de papel en un pequeño rollo al tacho de basura al que seguramente, Mary (que estaba en la puerta) le obligaría a sacar, ni bien entrara.

Acomodó su ropa, sabiendo que aún estaban en su cuerpo los resquicios de lo que fue su ataque emocional, y con mayor dificultad caminó hacia el bastón, sosteniendo su pierna adolorida, mientras maldecía una y otra vez. Nada era real, incluso ese dolor punzante que sentía en la parte alta de su muslo. Tomó el bastón y cojeó a la puerta, deteniéndose de pronto mirando la cerradura. "¿Y si no es Mary?", ese pensamiento fue seguido de "¿Y... y si ees eeél?" -Ya basta! -le siguió un siseo furioso y a la vez tembloroso de sus propios labios. -Eres John Watson, pareja de Mary Morstan y aunque nunca acabes de asumirlo, él está muerto, saltó de la azotea de un edificio, lo viste! -autocontrol, eso era lo que necesitaba, y aunque la verdad le dolía más de lo que estaba dispuesto a aceptar, tenía que hacerse entrar en razón- Ya deja de actuar como un paranoico, abre la puerta a tu futura esposa. -Apoyándose más en el bastón agarró la llave y la dirigió a la cerradura mientras se preguntaba "¿Y la llamada...?", un suspiro le hizo cojear un paso atrás. "Dios, se supone que soy un ex-soldado, y me falta valor para abrir la puerta?" Sin pensarlo más, giró la llave y abrió completamente la puerta, petrificándose tras ella, sus ojos aumentaron desmesuradamente de tamaño,  su boca se sintió seca, la garganta se volvió un nudo y se aferró al bastón para mantenerse no solo de pié, sino para auto-justificarse que era real. -No... -fue apenas un susurro agudo, mientras daba un par de pasos hacia atrás, golpeado por el shock de verle ahí de pié, tan real que podría tender la mano y tocarle -Sherlock...

Se sentía en blanco y a la vez vacío, no tenía ni emociones, ni forma de  reaccionar, su mirada estaba fija en el hombre de ojos claros que tenía frente a él y estaba seguro que se trataba de Sherlock Holmes, algo le decía que era él, aunque sentía su cuerpo débil, sus rodillas temblaban y sus dedos habían quedado blancos de tan fuerte que sostenía el bastón. Su voz, maldita sea, era su voz. Sintió una opresión en el pecho y tras sentir sus ojos escocer, dejó que las lágrimas comenzaran a correr, porque no tenía otra cosa que hacer, no había más que pudiera hacer; vio la mano de él y aún sobrepasado por la emoción del momento superó el temblor de sus piernas y se lanzó a sus brazos, aferrándole con fuerza como si temiera perderlo, como si se fuera a desvanecer ni bien él le soltara. -She... -las palabras no salían de él. Las lágrimas descendían a raudales y su pulso temblaba. Su cabeza quedó apoyada en su hombro mientras trataba de convencerse de que él estaba ahí, de que era cierto -Sher... Sherlock -intento varias veces poder decir su nombre, hasta que salió ahogado, por las lágrimas, el nudo en su garganta y su saco.

Le tomó más de quince minutos dejar de llorar y apartarse para mirarle directamente. -Sherlock... -colocó ambas manos en sus mejillas aún intentando convencerse de que era cierto. -Yo y-yo te vi, te vi Sherlock -estaba llorando, pero no le importaba, tenía que decirlo, tenía que exteriorizar lo que estaba pasando por su cabeza, tenía que ponerlo en palabras. -Te vi, te vi caer de la... -hizo un gesto con su brazo izquierdo, que acompañó de una mueca de dolor, y casi tartamudeando agregó- de la azotea.

-Dios, Sherlock -se apartó lentamente tomando su bastón para caminar hasta el sofá, necesitaba sentarse o caería en cualquier momento al suelo. Sus ojos estaban cubiertos por una bruma, tragó con dificultad y sin apartar su mirada de la de él, le indicó el sillón, esperando accediera a sentarse, no tenía idea de por dónde comenzar la plática, que decir, o qué hacer. Así que se quedó solo observándole, sabía que a él le disgustaba que invadieran sus espacios personales, pero ese abrazo había sido completamente involuntario y sabía que inesperado para él, solo era a causa de la emoción.

-Sherlock -volvió a pronunciar y se quedó con la mirada fija en él. -¿Qué...? ¿Tú...? -no tenía idea de como preguntarr "¿tú eres real?", se quedó allí, sentado realmente perdido en sus pensamientos, en el caos que se había convertido su cabeza. Aún sentía esa opresión en el pecho, mientras las cosas comenzaban a caer en el sitio adecuado -Sherlock, por... por qué? Por qué me hiciste esto? Por qué nos hiciste esto? Yo... yo creí -nuevamente las lágrimas descendían por sus mejillas, sin que siquiera intentara detenerlas -creí que era...mos amigos. -Y sintió el dolor y la ira reunirse en él, el deseo casi irrefrenable de golpearlo aunque sin saber por qué, de todas formas, él se lo había dejado claro en Baskerville: "yo no tengo amigos" había dicho y por más que él lo considerara así, era unidireccional, nada podía hacer al respecto. Pasó la manga de su camisa por sus mejillas, recomponiéndose o más bien tratando de hacerlo, dominando su carácter tanto como podía, para escuchar, tenía que haber una buena explicación al respecto, siempre la había.

Esperar, esperar y esperar, eso había sido su vida en este tiempo, esperando que algo surgiera, que un milagro sucediera y le devolviera a Sherlock que se había convertido en su vida. Y ahí estaba, le tenía enfrente. Quería reír y quería llorar, ambas cosas al mismo tiempo.

-¿No sabías? ¡¿No sabías?! -sus ojos se posaron sobre él, en ese tiempo que habían vivido juntos no se había enterado de que él lo consideraba su amigo... ¡Increíble! -Sherlock, por Dios, claro que éramos amigos, mucho más que amigos... -murmuró observándole, sintiendo nuevamente esa opresión en el pecho, ese deseo por decir todo lo que sentía y a su vez la vergüenza de confesar un sentimiento que estaba seguro que no era correspondido. -Maté a un hombre por ti, y apenas te conocía. ¡Jesucristo Sherlock! ¿qué pensaste? ¿qué hacía eso por cualquiera? -le miraba fijamente, completamente incrédulo, nunca había estado de acuerdo con que él era un sociópata, pero ahora realmente lo estaba dudando, qué él no le considerara su amigo era una cosa, pero otra muy distinta que no viera sus sentimientos. Aunque sentimientos y Sherlock Holmes no iban de la mano. -Te he seguido siempre... yo, tu me apartaste Sherlock, yo me habría tirado de la azotea contigo -sentía la necesidad de decir su nombre tantas veces como pudiera, meses sin pronunciarlo, para encontrarle de regreso, vivo, vivo y más hermoso que nunca.

-Y a pesar de todo Sherlock, a pesar de todo lo que ha sucedido, de este tiempo, de esta espera, yo sigo... yo te sigo queriendo. -Sintió el calor invadir sus mejillas, sentía vergüenza de sus sentimientos, mientras ambos habían estado juntos, nunca lo había dicho, nunca había sido evidente con lo que sentía, pero ahora, ahora no iba a callárselo más, menos teniendo en cuenta que podía perderle cuando menos se lo esperara.

Él... John... nada, no podía pronunciar ni una palabra, estaba escuchando, estaba perplejo. -Sherlock... Dios, Sherlock. Tuuu, tuu, yoo; ¿por mi? -quería, necesitaba procesar lentamente esto, se le había ocurrido en este tiempo que Sherlock lo había hecho por egoísmo, que lo había hecho por él mismo, incluso algunas veces le había acusado en sus pensamientos de ingrato y desconsiderado y ahora, ahora... él había sido la causa. Incapaz de pensar siquiera, se lanzó a sus brazos, rodeándole de forma firme y quizá demasiado fuerte. -Sher.. Sherlock -descansó sin siquiera percatarse el peso de su cuerpo sobre él -Sherlock -aún entre lágrimas, aún con ese dolor en el pecho que olía a traición, con el temblor involuntario de sus músculos, con los recuerdos patentes del sufrimiento y el dolor que le habían llevado a ser esta piltrafa de lo que una vez fue John Watson, aún contra todo lo que sentía, no podía negar que amaba a ese hombre, a ese hombre que tanto le había hecho sufrir, con todo su corazón, aún más con su vida.

Disculpas: