El joven aprendiz de doctor estaba emocionado, o tal vez todos sus compañeros. Iban a ir a la gran empresa Benoit para saber sobre el mecanismo de los órganos artificiales que este negocio creaba. Para Tomoya aquello era increíble, era como dar una segunda oportunidad a la humanidad, además era una manera de acercarse a sus futuros socios, quería en verdad conocer sobre estas personas y el dueño, que casi nadie conocía.

Todos los escolares hablaban de lo increíble que sería, mientras el peliazul de alguna manera se ponía nervioso, algunos de sus compañeros trataron de animarlo, pero ya era muy tarde. Cuando llegaron fueron encontrados por uno de los coordinadores, eso decepciono a Tomoya, igual se había hecho la idea de que no iba a encontrar. Empezaron a avanzar por las oficinas, explicando su uso y demás, era un poco aburrido para él, quería en verdad conocer el mecanismo y no porque fuera alguna clase de mecánico pero para él era muy interesante. Mientras todo transcurría como debía de ser el joven se desesperaba, pero fue cuando se detuvo en los laboratorios, observando esos ¿humanos?, no lo sabía pero era tan interesante y sorprendente. Pronto comenzó a andar por toda la gran fábrica, podía verse el gesto de alegría pero sin que él se hubiera dado cuenta que nadie estaba a su alrededor.

Cuando dejó de emocionar por ver las partes más pequeñas de los androides levanto la mirada y se dio cuenta que no había nadie. –Esperen. ¿Y los demás? –Se acomodo los lentes y miro a todos lados. –No… ¿Me han dejado? –Su voz comenzaba a sonar preocupada, tomo aire y lo pensó. –Lo mejor será regresar por donde vine, sí, eso será la mejor. –Se animo y dio la espalda para regresar o al menos seguir el camino. No es que su orientación sea la peor pero… bueno, tal vez era un lugar enorme y para el despistado humano era peor. En vez de ir al primer piso logró que fuera a la zona baja de la fábrica, la bodega. –No… n-no… ¡No es la recepción! –Levantó la voz y se tapo el rostro, estaba rodeado de diferentes cajas, era un lugar un poco oscuro pero no tan terrible pero lo malo para el menor es que no había absolutamente nadie. Su corazón comenzó a alterarse. Esperaba tener ayuda de alguien, de quien fuera que pudiera sacarle de este lugar. Siguió caminando para buscar a alguien, pero cada vez se alejaba más de donde había ido y ahora sí que cualquiera se hubiera perdido, pues en verdad solo habían cajas, alguno que otro gran mecanismo, pero nadie. Lo más posible es que a esa hora los trabajadores no eran necesitados hasta que una gran carga de distribuidores llegaran.

El chico asomó su cabeza de detrás de una caja nada más escuchar pasos ajenos. No formaba parte del electo, eso seguro; aquello lo pudo denotar por su perdida expresión, más que nada.
No sabía qué hacer con aquel joven, si ayudarlo o espantarlo; o si siquiera debía acercarse. No quería meterse en problemas por la desobediencia a sus superiores, que le habían indicado claramente que le era prohibido hablar con cualquier humano si la intención de este no es la compra.
Pero ¿era quedarse ahí observando la mejor idea? La curiosidad le carcomía por dentro: ¡por fin algo pasa fuera de la rutina en aquel almacén! Decidió acercarse un poco más para distinguirlo mejor: un chico de fracciones finas y una dulce e indefensa apariencia. No le pareció capaz de hacer daño ni a una mosca siquiera, pero igualmente le era difícil confiar en quien sea tras haber sufrido tratos que sufrió.
Aún ignorando tal condición, decide salir de las sombras de las que se valía como escondite y posarse debajo de una débil luz que se colaba desde alguna fisura en el techo. Asomó por completo su cuerpo de las cajas, poniendo primero un pie en el rayo solar y a continuación el otro, hasta dejar que toda su figura se bañe en aquella luminosidad. Entrecerró el ojo debido a la hipersensibilidad al este, pero aguantó férreamente. Gracias a la posición, sus cicatrices y ropajes se pusieron al descubierto, aunque los últimos carácteres no llamaban tanto la atención como los primeros: cortes estampadas por sus brazos, con mangas amarradas, y unos cuantos en el rostro, siendo uno que le cruzaba el ojo izquierdo, impidiéndole su uso.
Se encorvó un poco y se acercó al joven, aun manteniendo una distancia prudente, pero suficiente para poder analizarlo mejor.